Asalto al poder

Cuenta la leyenda que cada cierto tiempo aparecerá un nuevo héroe que elevará el término ‘patriotismo americano’ a cotas insospechadas. Un héroe vestido con camiseta de tirantes, de complicada biografía militar, popular en el instituto, de sangre colorada en barras y estrellas, repleto de chascarrillos irónicos y con un terrible cargo de conciencia por no haber podido asistir a la función escolar de su hija. Ahí estamos: ‘Asalto al poder’.

Roland Emmerich (‘Independence Day’, ‘El día de mañana’, ‘2012’… por si había dudas de su tendencia catastróficoamericanista), a fuerza de insistir (repita el contenido del anterior párrafo), ha perfeccionado la técnica. Es capaz de hipnotizar al mundo entero con una fórmula en la que predominan la acción descarnada, el patriotismo y los héroes accidentales. Emmerich merece un lugar privilegiado en el diccionario, junto a la definición de ‘americanada’. Pero oigan, americanada o no, muy entretenida.

Cale (Channing Tatum, ‘Magic Mike’) lleva a su hija Emily (Joey King, ‘Oz, un mundo de fantasía’) a visitar la Casa Blanca por dos razones: la niña es fan absoluta del Presidente de los EE.UU., Sawyer (Jamie Foxx, ‘Django Desencadenado’), y él tiene una entrevista de trabajo para ingresar en el servicio secreto. La visita sale mal, la entrevista sale mal y, claro, coincide con que un grupo de terroristas internacionales atacan la nación. El típico día de furia americana. Ya saben.

Pese a quien le pese, y por mucho patriotismo destructor que haya, ‘Asalto al poder’ es, probablemente, una ‘Jungla de Cristal’ mucho más aceptable, divertida y funcional que ese bodrio sinsentido de ‘Un buen día para morir’ (John Moore, 2013). Tiene todos los tópicos, personajes tipo (desde el soldado vengador al genio informático que come piruletas), banderas ondeando y monólogos pastiche. Pero el equipo Foxx-Tatum funciona, hacen gracia y no pierden el tiempo con tonterías de guión: metralletas, músculos, explosiones y música épica a cámara lenta. Ni media palabra más.

Objetivo: La Casa Blanca

¿Creen que conciliar su vida laboral y familiar es complicado porque les coincide la hora de recoger al niño de la guardería con una importante reunión semanal, la firma de unos papeles bancarios y la compra del regalo del veinticinco aniversario de su matrimonio? ¡Ja! Si fueran presidentes de los Estados Unidos de América sabrían lo que es bueno: ¡madruga para salir a correr, lleva al niño al partido de béisbol, realiza un apasionado coito con la primera dama –con la correspondiente bandera de barras y estrellas de fondo–, entabla buenas relaciones con los diplomáticos coreanos, evita una guerra nuclear, soporta la invasión de un ejército paramilitar en la Casa Blanca, sufre las torturas propias de un soldado hipermusculado, observa los sesos de los compañeros de partido esparcidos por el despacho oval, vuela unos metros por la onda expansiva de una bomba, huye de los afilados cristales que caen por culpa del helicóptero que acaba de derruirse frente a Chowy, el perro labrador que pasea a sus anchas por los jardines de Washington, canta el himno nacional y escupe en la cara de un tipo muy perverso mientras dices una frase memorable del tipo «no en mi país», y entonces hablamos!

(Cualquier parecido del párrafo anterior con la película ‘Objetivo: La Casa Blanca’ es pura casualidad. O no).

Al cineasta Antoine Fuqua (‘El Rey Arturo’, ‘Training Day’), le gusta darle al espectador lo que busca. Y ‘Objetivo: La Casa Blanca’ es una nítida, transparente y cristalina mezcla de las cosas que molan hoy. A saber: una dosis de la infiltración y el patriotismo sostenible de ‘Homeland’, la constante sensación de que estás jugando al ‘Call of Duty’ y una pizca de la mala baba claustrofóbica que no supo encontrar ‘La Jungla de Cristal 5’. ¿Resultado? ¿Bueno? No. ¿Malo? A ver, ¿qué entendemos por malo? ¿Previsible, típica y cutre en su americanismo? Vale, pues es mala. Claro que, ¿entretenimiento tonto, básico y de fácil digestión? Pues también, oye.

Que no hay mucho que pensar: Gerard Butler, el protagonista de ‘300’, repartiendo estopa a lo Jack Bauer. Y sale Morgan Freeman tomando decisiones. Ya está, no hay más. Que no hay engaño posible.