Super 8 (y II)

En una de las primeras entrevistas que realizaron a J.J. Abrams cuando se anunció que estaba desarrollando un proyecto con el mismísimo Steven Spielberg, el creador de ‘Perdidos’ confesó que, en un principio, había presentado una idea sobre unos niños que rodaban una película en super 8. Algo que la productora no escuchó con demasiada atención. “Meses más tarde, les propuse hacer una historia sobre un ser extraño que era transportado en uno de esos trenes que salían del Área 51 y que, tras un accidente, escapaba en un pequeño pueblo estadounidense”. Entonces, el bueno de Spielberg, le sugirió la mezcla: “¿Y si combinamos ambas ideas?” Eso sí gustó.

El resultado fue ‘Super 8’. Una película que no abandona al espectador en ningún momento, que proporcionará dos horas de puro entretenimiento y que, incluso, algunas escenas pueden tocar la fibra sensible del mitómano. Y, sin embargo, algo falla. ¿El qué? Spielberg. O, lo que es lo mismo, la constante sensación de que hay dos guiones pugnando por ganarse la primera plana, convirtiendo al monstruo en algo accesorio, anulando toda posibilidad de empatía y confundiendo a sus protagonistas que nunca llegan a tener claro cuál es su objetivo final.

La sensación es que, analizado por partes, ‘Super 8’ lo tiene todo: los héroes carismáticos, la amistad como primer capital, el amor puro, suspense y acción, humor, una banda sonora magistral -Michael Giacchino es indiscutible-, ciencia ficción, fantasía, cine sobre cine… Pero falta el elemento que cohesione y unifique la historia. O, más que faltar, no cumple su labor, ya que esa era la misión del monstruo.

En cualquier caso, ‘Super 8’ sí que cumple con una de las premisas que forjaron los bocetos de Abrams: más técnica no significa, necesariamente, más imaginación. Y su mensaje llega limpio, conciso y claro: podéis implementar todas las altas definiciones, sonidos Thx, capturas con sensores de movimiento, rodajes en 42 fotogramas por segundo y los tresdés de los huevos que queráis. Al final, no importa la técnica, importan las palabras.

Distribución Real Ya

Acampen en las taquillas de su pueblo, supliquen piedad a sus acomodadores, lancen un grito silencioso al orden establecido: “Queremos una Distribución Real Ya”. Yo sé que los cines no tienen la culpa de nada y que, si por ellos fuera, nos pondrían todas las películas del mundo mundial antes incluso que en Times Square. El caso es que, por unos o por otros, todos los años tenemos un nuevo estreno que lamentar.

Ya les había dicho en otra ocasión que me muero de ganas de ver ‘Super 8’. Tengo varios motivos: Su director, J.J. Abrams, me parece un genio. Uno de esos visionarios generacionales que ha sabido sacarle la chispa necesaria a la ciencia ficción para convertila en algo humano, trascendental. La película, pese a que cuenta con el peligroso apoyo de Spielberg, se centra en una época especialmente mágica en la que nacieron los principales mitos del género: los 80. La música, compuesta por el legítimo heredero de John Williams, el incomparable Michael Giacchino. Y, también, porque es una película con un poderoso aire a Goonie.

El caso es que ‘Super 8’ se estrenó el pasado 10 de junio, en Estados Unidos. Aquí lo hará el 19 de agosto. Tranquilos, ya les hago yo las cuentas: diez semanas más tarde. Por mil pesetas, cosas que se pueden hacer en dos meses: un curso intensivo de inglés, ver las seis temporadas de Perdidos y, tal vez, subir a Internet ‘Super 8’ para que otros la descarguen. Eso es así. No es algo que vaya a defender, pero negar su existencia sería un absurdo. Para cuando la cinta de Abrams llegue a España ya habrá disponible una versión en calidad DVD para descargar. Y, por tanto, a la venta en el top-manta, por ejemplo. ¿No se dan cuenta del daño?

Más aún: todo el misticismo que rodea a ‘Super 8’ se irá al carajo, porque por muy ancha que sea Castilla, en Internet todo se sabe. Sin querer, nos toparemos con críticas, análisis, fotos, vídeos y demás comentarios que arruinarán el estreno español.

Ya no tiene remedio. Pero, por favor, a quien competa: ‘Distribución Real Ya’.

Los trailers correctos

Si me encontrara con el genio de la lámpara de las proyecciones del cine y me concediera el deseo de ver cualquier estreno previsto para este año ahora mismo, lo tendría muy claro: ‘Super 8’. La mística ochentera que J.J. Abrams y Steven Spielberg han conseguido crear con sus niños cineastas me tiene entusiasmado. El otro día, viendo ‘Thor’, creo que fue lo que más ilusión me hizo, ver el trailer en español -con esa música del maestro Giacchino, el nuevo John Williams, ¡sensacional!-

De hecho, creo que si alguien me vio en el cine durante los trailers de ‘Thor’ debió pensar que se trataba de Tom Hanks encerrado en el cuerpo de un adulto, una vez más. Qué quieren que les diga, hay películas y películas. Unas son CINE y otras, otra cosa. Algo que me resulta la mar de divertido. El combo de spots fue el siguiente:

Arrancamos con ‘X-Mens: First Class’, un proyecto con Matthew Vaughn a la cabeza, un director que ya me enamoró con su imprescindible ‘Kick-Ass’ o su fabulosa ‘Stardust’. Todas conversiones más que aceptables del mundo del cómic. En esta ocasión, será una especie de ‘Cuéntame’ con Charles Xavier y Erick Lenhsherr. Con el ‘hype’ heróico por las nubes, nos plantan en la sala ‘Capitán América: el primer Vengador’. Cinta que, probablemente, llegué con las mismas virtudes y fracasos de la propia ‘Thor’.

Y, como les decía, para terminar, la inspiradora ‘Super 8’. No sé si han visto el trailer, deberían. Sobre todo si son parte de la generación que creció con ‘E.T.’, ‘Los Gremlins’, ‘Los Goonies’, ‘Regreso al Futuro’… No sé cómo, pero consigue recrear un cierto sabor en la boca difícil de olvidar. Me apasiona.

Viajar para contarlo

El cinéfilo nunca viaja solo. Incluso cuando no hay nadie a su lado. Una de las enfermedades más clásicas de los consumidores voraces de celuloide es la recreación del espacio. La capacidad viral de substraerse de la realidad palpable y añadir valores fílmicos a los rincones por los que se pasea. Tres pasos en la Quinta Avenida de Nueva York y King Kong sobresale del Empire State Building, Robert De Niro conduce un taxi y Woody Allen toca el saxo en Manhatan. Dos minutos frente a la Torre Eiffel y Superman sobrevuela el cielo mientras la tierra colapsa ante la guerra de los mundos. Una brizna de aire en las highlands escocesas y el eco de Wallace colorea con gaitas el verde infinito…

Al igual que se puede viajar con el cine (léase ‘Hasta donde el cine nos lleve’, de Jesús Lens y Francisco J. Ortiz; Ultramarina), el cine puede enriquecer el viaje. Este verano tuve la suerte de escaparme por Europa. Y, de entre el puñado de rincones preciosos, monumentos eternos y personas maravillosas, hubo un sitio que nunca podré olvidar. Jamás. Bajo el humillante lema de “el trabajo os hará libres”, Auschwitz es espeluznante. Otear su horizonte es abrumador. La melancolía aún impregna cada piedra, cada grano de arena, cada fotografía colgada en la pared.

Una de las zonas más sobrecogedoras es el crematorio. En mitad de un grupo de turistas desconcertados con nuestra propia raza, Steven Spielberg se hizo inevitable. El blanco y negro de ‘La lista de Schindler’ rodeó la habitación y nos convirtió en víctimas desnudas. Las paredes ahogaban. El techo caía sobre nosotros. La mera posibilidad de estar allí, rodeado de familiares y amigos, sospechando del aire que te da la vida, invitaba a orar. Dios.

Al volver a Cracovia cometí el error de odiar. De señalar con el dedo y afirmar: malditos alemanes, enfermos. Un par de noches después, en Praga, quiso la casualidad que se sentaran en nuestra mesa un grupo de estudiantes alemanes. Jóvenes, rondando la veintena. Charlamos un rato y, llegado el momento, como un resorte vital, les conté la experiencia en Auschwitz. Juro que jamás vi una expresión, un lamento, como el de sus miradas. Spielberg volvió para reprochar mi juicio anterior. “¿No has entendido nada?”