El Gran Gatsby

«No puedes repetir el pasado», insiste Carraway a Gatsby en varias ocasiones. Y eso es algo que Baz Luhrmann (‘Romeo y Julieta’, ‘Moulin Rouge’) sabe, al igual que lo supieron Jack Clayton y Robert Redfort en 1974, y F. Scott Fitzgerald en 1925: «no puedes repetir el pasado». Es indudable que el éxito de la nueva versión cinematográfica de ‘El Gran Gatsby’ reside en su forma. El arriesgado, anacrónico e impactante imaginario de un director que actualiza una historia de esmóquines, pañuelos, boquillas, pamelas y corsés a la era del iPod. Destruir para reconstruir. Una cápsula del tiempo en la que dos universos se pliegan en una misma melodía.

La escritura –y la publicación– de ‘El Gran Gatsby’ fue una revolución. Una bofetada de guante blanco a la alta sociedad estadounidense, hasta entonces protagonista de grandes romances palaciegos y no de una dura, visceral y putrefacta definición de la falsedad. La película de Luhrmann honra constantemente al texto original con palabras y frases de la novela impresas sobre la pantalla. El resultado es una suerte de novela gráfica esforzada en convertir las letras de Fitzgerald en imágenes modernas: la digitalización de un clásico.

‘El Gran Gatsby’ habla de cuando los botellones los hacían personas que se saludan con un «tanto gusto» mientras alzaban su bombín. Nick Carraway (Tobey Maguire) se emborracha de esa Nueva York del Wall Street, de las fiestas pomposas y de los ilustres apellidos que rotulan las portadas de la prensa. Su vecino, un tal Gatsby (Leonardo DiCaprio), convierte su mansión, cada fin de semana, en una discoteca improvisada en la que la alta sociedad neoyorkina se intoxica de glamour. Todo cambia cuando Daisy (Carey Mulligan) y Tom Buchanan (Joel Edgerton), íntimos amigos de Nick, asisten a una de las fiestas del misterioso Gatsby.

Ver el Nueva York de 1925 con una banda sonora liderada por Jay-Z produce un efecto insalvable. No pasa desapercibido. Un juego de opuestos que hipnotiza al espectador como si se tratara de una mente nublada ante un reality televisivo.

Por todo esto puedo afirmar que ‘El Gran Gatsby’ de Luhrman no me ha gustado. Porque de eso va esta crítica, esta película, la de Redfort y la de Fitzgerald: de aparentar. Un espejismo escondido tras un espectáculo de luces que es imposible no comparar con ‘Moulin Rouge’ (nunca sabremos qué inspiró a qué), excesivo en la primera mitad y pobre en la segunda. Acertados Maguire y Edgerton, y ajenos DiCaprio y Mullighan. El resto, el escenario, es igual que el recuerdo borroso de una borrachera impoluta: una resaca en la que los pequeños detalles se olvidan y los grandes se difuminan con el dolor de cabeza y el blanco del váter.

Conste que Luhrmann acierta: no tenía sentido una película de época -«no puedes repetir el pasado»-. Su visión es poderosa, transgresora y provocativa. Pero el conjunto, el cuadro completo, no funciona. Como una señorita de Avignon en mitad de un paisaje de Vermeer. O al revés.

 

The Amazing Spiderman

Estrenar una película de Spiderman es un gran poder comercial. Y eso, amigos, como bien saben, es una gran responsabilidad. Renovar una saga que aún sabe tan reciente es una barbaridad, sin importar el equipo técnico o artístico que la refrende. No era necesario contar otra vez el origen del hombre araña, por muy buenas intenciones que tuviera Marc Webb. Es como si algún mendrugo apostara por hacer el remake de ‘El Señor de los anillos’ (tiene los mismos años que el Spiderman de Sam Raimi).

Es cierto que Andrew Garfield es un dignísimo Peter Parker. De hecho, su compromiso con el personaje y su visible pasión por el cómic otorgan al personaje el carisma que Tobey Maguire no supo -ni pudo- aportar. El nuevo Spiderman tiene la chispa, los recursos, el ingenio y la presencia que requiere el héroe. Y, por supuesto, Emma Stone es una maravillosa Gwen Stacy, el primer amor de Parker -sí, antes que Mary Jane-, muy alejada de la sosa y empalagosa Kristen Dunst.

¿Es Marc Webb un mal director? En absoluto. Webb maneja la batuta con solvencia, moviendo la cámara con maestría y dibujando escenas poderosas, perdurables. Incluso Rhys Ifans, el Lagarto, es un malo aceptable.

El problema, como les decía, reside en el mal endémico del cine actual: «esto me suena de algo». Es imposible ver ‘The Amazing Spiderman’ sin entrar en comparaciones, sin lamentar que esta no haya sido la película original, la de hace diez años. Conocemos demasiado bien los detalles de la vida de Parker como para poder disfrutar la película sin retorcernos en la butaca.
Sin embargo, creo que la siguiente entrega –que la habrá y pronto– sí que tendrá algo nuevo, algo que realmente no espera el gran público, cumpliendo así la promoción que acompañaba a ‘The Amazing Spiderman’: «La historia que no nos contaron».

Brothers

Caín tuvo mala suerte. Un mal día, quizás. Puede que la mañana en la que tomó la decisión que grabaría su nombre en la historia de la humanidad, un profesor maleducado le suspendiera un examen. O, quizás, la chica de la primera fila le guiñó el ojo a otro. Y, claro, lo terminó pagando con Abel. Porque, por si no lo saben, hay un contrato tácito entre hermanos: “Te haré la guerra hasta que no me quede más remedio que quererte”.

‘Brothers’ es una tragedia bíblica dibujada en los Estados Unidos del “Yes, we can”. Tommy (Jake Gyllenhal) acaba de salir de la cárcel. Sam (Tobey Maguire) es el hijo modélico, casado con Grace (Natalie Portman) y con dos niñas. Es militar. Una mañana, Sam abandona su casa para cumplir una misión en Afganistan. Muere. Tommy, que siempre había renegado de cualquier tipo de responsabilidad, se erige como protector de la familia de su hermano. Por eso, porque eran hermanos. Y eso es lo que hacen los hermanos. Incluso los malos. Aunque Sam, en realidad, no esté muerto.

Jim Sheridan (‘En América’) nos tiene acostumbrados a dramas de excelente calidad basados en una técnica que, últimamente, no brilla demasiado: el guión. Un texto que Gyllenhal, Maguire y Portman convierten en una delicia de factura escénica. El trío central da un recital de talento, empatía y pasiones encontradas absolutamente estremecedor. Sin olvidar a las niñas –personajes siempre presentes en el cine de Sheridan- que parecen adultas enmascaradas en infantas. Sensacionales.

Lo más probable es que si tienen un hermano ya sepan que ser Caín o Abel es fruto de las circunstancias. Nunca fuimos el bueno y el malo, aunque otros lo creyeran así. ‘Brothers’ ahonda en esa complejidad tan maravillosa que nos convierte en frágiles humanos. Una película que se desvincula de los tópicos y los prejuicios gratuitos que, estoy seguro, les pinchará.

Abel, antes del momento fatídico, le preguntó a su hermano por qué le odiaba tanto. Caín, dolido, respondió: “Si yo no fuera el malo, nadie sabría lo bueno que eres”.