Capitán América: El primer vengador

El día que Marvel decidió ajustar cuentas con la realidad fue un mal día para el Capitán América. El mundo más allá de las viñetas se desmoronaba con ataques terroristas, ciudades sumidas en el caos, guerras indeseadas e inocentes que no fueron salvados en el último momento. Los héroes debían cumplir con un ERE ejemplar, profético, que encabezaría la imagen indiscutible, el líder del, digamos, comité de empresa: Steve Rogers, el Capitán América. Así, unas páginas más tarde, el gran héroe yanki moría, desangrado como uno más, por un disparo furtivo, cobarde, en el costado.

‘Capitán América: El primer vengador’ cuenta la transformación de Steve Rogers (Chris Evans), un endeble joven de aspiraciones imposibles, en el icono del nuevo mundo que se forjaba, a golpe de bala y cañón, en la Segunda Guerra Mundial. Gracias a una fórmula extraordinaria, Steve se convierte en el primer súper soldado que se enfrentará a las hordas de Hitler en Europa y, de paso, al temible y eterno Cráneo Rojo (Hugo Weaving).

Joe Johnston (‘El hombre lobo’, ‘Rockeeter’) dirige una correcta película de aventuras, enmarcada en los cánones clásicos del género: riesgo, acción a raudales, humor, numerosas localizaciones y grandes batallas finales. Un divertimento digno, bastante más aceptable que el ‘Thor’ de Kenneth Branagh, y en dura liza con los Iron Man de Jon Favreau. Pero, al fin, un trámite protocolario a la gran esperanza de Marvel: ‘Los Vengadores’, el filme que dirigirá Joss Whedon (‘Serenity’) y que reúne, en una misma pantalla, a todos los héroes del club.

Quedé gratamente sorprendido con la actuación de Evans como Capitán América, actor que, a priori, no me daba el perfil en absoluto y que no sale mal parado del invento. El gran acierto, sin embargo, es el buen hacer de Johnston tras la cámara para recrear el ambiente de época, tanto en el guion como en la narración visual. Por cierto, fantástico el momento musical; tan americano.

Creo que los aficionados del cómic encontrarán algo de ese Capitán América original y, también, del que recibirá, años más tarde, un balazo impensable. Los no iniciados seguro que se divertirán.

 

Cowboys & Aliens

Con una premisa tan arriesgada -que roza el absurdo y la pamplina- como mezclar a John Wayne con el mismísimo Depredador, hay que ser muy atrevido -o muy ignorante; ambos conceptos coinciden tantas veces que qué sé yo- para hacer la siguiente declaración: ‘Cowboys & Aliens’ me gustó. Me lo pasé como un enano blandiendo su hacha en pitufilandia. Dos horas de entretenimiento que no engañan ni prometen algo que sobrepase sus más que evidentes límites narrativos. Y que deja una verdad que de auténtica que es, amarga: es el mejor papel de Harrison Ford de los últimos diez años.

Jake Lonergan (Daniel Craig) despierta en mitad del desierto sin recordar absolutamente nada. Ni siquiera su nombre. Al llegar al pueblo más cercano, Absolución, descubrirá que han puesto precio a su cabeza y que el temible coronel Dolarhyde (Harrison Ford) hará todo lo posible por verle entre rejas. Sin embargo, tardarán poco en encontrar un enemigo común: unas aparatos voladores raptan a numerosos habitantes del pueblo, entre ellos al hijo de Dolarhyde, lo que les obligará a apuntar con sus revólveres al mismo objetivo.

El mayor éxito de su director, Jon Favreau (‘Iron Man’), es que pasen los minutos y que la mezcla no nos haga poner esa cara de angustia que nos sale cuando escuchamos una canción de Justin Bieber y chupamos un limón -con la canción bastaba-. Craig y Ford, suficiente atractivo como para asegurar su éxito en taquilla, forman un buen dúo protagonista al que pone color Olivia Wilde (‘House’, ‘Tron 2’).

Por lo demás, no tiene una gran historia, una buena dirección, personajes memorables o una fotografía embaucadora. Pero, en conjunto, no falla. Por hacer el símil gastronómico, digamos que no es un plato que encontrarían en el menú de su restaurante favorito. Sin embargo, sí es esa hamburguesa que, de vez en cuando, se comen encantados de la vida. ¿Es comida basura? Sí, supongo. Pero qué bien sienta.

Blacksad

Pongamos las cosas en su sitio: yo soy tan culpable como el que más. No supe valorar su trabajo desde el primer minuto que lo vi. No fui capaz de abrir una hoja de texto y escribir: “Juanjo Guarnido, qué puto genio”. ¿Por qué no? Porque era de la tierra. De aquí, de donde somos nosotros, del lugar en el que jamás reconoceríamos el éxito del vecino por el mero hecho de serlo. Y, tal vez, no se trate de envidia. Sino de un estúpido y repetitivo complejo de inferioridad. De Norte y Sur.

Juanjo Guarnido es un granadino al que han honrado con el premio ‘Eisner’, la mayor gloria a la que un profesional del cómic puede aspirar. Es cierto que ‘Eisner’ y ‘cómic’ no suelen estar entre los términos más combinados con ‘cultura de masas’, pero, amigos, el cómic es tan cultura como lo es el cine, la literatura, el teatro o la poesía. Puro arte.

Hace cosa de un año hubo una gran exposición en Granada con la obra de Guarnido. Los enormes paneles de ‘Blacksad’, su obra cumbre, eran una atractiva manzana en un edén prometido. Recuerdo que me enzarcé en una rocambolesca discusión con uno de los encargados de la sala. Mientras yo le decía que ‘Blacksad’ era muy conocido en España, un éxito de ventas y tal y pascual, él me rebatía que sí, que muy bien, que todas las ventas que yo quisiera, pero que ni punto de comparación con lo que había conseguido en Francia. Y yo nada, erre que erre, que aquí los lectores de cómics le cuidan mucho, bla, bla, bla.

Pues tenía él razón. No hay comparación entre Francia y España. Bueno, sí la hay, pero salimos mal parados. Quiero decir, granadinos, andaluces y españoles míos, salgan de casa y vayan a la tienda de cómics más cercana. Compren ‘Blacksad’ y no dejen que los gabachos nos arrebaten un orgullo que debería ser tan nuestro. El ‘Eisner’, nada más y nada menos.

X-Men: Primera Generación

Primero pensé que ‘X-Men: Primera Generación’ era la historia que todos los fans de Star Wars esperábamos ver entre Obi-Wan Kenobi y Anakin Skywalker. De hecho, no me cabe duda de que la película de Matthew Vaughn (‘Kick-Ass’, ‘Stardust’) es el mejor filme de jedis de los últimos veinte años. Luego di gracias al cielo y a los productores de Hollywood que dieron un presupuesto ridículo a la película -“¿superhéroes en los 60, qué locura es esa?”-, porque nos han ahorrado estupideces en 3D y han favorecido un derroche de imaginación que se sustenta en el corazón del celuloide: un gran guion. Y, por fin, con unos títulos de crédito tan vistosos como el resto del metraje, lamenté no tener diez años para poder ir al parque a jugar a que soy un mutante. Repámpanos, qué divertida es.

Después de una tercera entrega mediocre y un ‘Lobezo’ innecesario, ‘Primera Generación’ es un soplo de aire fresco. No es un ‘remake’, no es un ‘reboot’ ni una entrega más de una franquicia. Es una delicia. Charles Xavier (James McAvoy) y Erik Lehnsherr (Michael Fassbender) tenían un destino: forjar una amistad y liderar los dos bandos opuestos de una gran guerra. ‘X-Men: Primera Generación’ relata cómo se conocieron y las razones que llevaron a ambos a tomar rumbos tan opuestos.

La última de Marvel (inconmensurablemente mejor que ‘Thor’; y probablemente que cualquier otra de la casa) mezcla intriga y suspense -casi al estilo James Bond- con acción y aventura, todo sazonado con una estética de cómic muy bien traída. Además, Vaughn no cae en el error de ignorar al resto de secundarios y convertirles en meros maniquíes que posan junto a los protagonistas -con la excepción del español Álex González, que no dice una palabra-.

La cinta hará las delicias de los lectores del cómic y de cualquier espectador que quiera pasar un buen rato. Porque, quizás, el éxito de ‘X-Men’ sea superar esa difícil línea que separa el cine de entretenimiento de una gran película. Me voy a repetir, pero allá va: con el presupuesto de ‘Piratas del Caribe 4’ hacemos diez ‘X-Men: Primera Generación’. ¿A qué estamos esperando?

Mutados

En 1963, Estados Unidos vivía de pleno una guerra interna: el racismo. Mientras que la inmigración crecía, los buzones de algunos barrios de las afueras cambiaban sus apellidos gringos por otros con tilde y los anuarios de los institutos combinaban el blanco y el negro. Las mentes más retrógradas veían una invasión en la mezcla de colores, nacionalidades y acentos. Los muros se llenaron de pintadas violentas: “muerte al negrata”, “volved a casa”, etcétera. La tensión, fruto de la ignorancia, trajo asesinatos, violaciones, robos y un sinfín de sinsentidos que ahogaron al país yanki en una revuelta que clamaba igualdad.

Por aquél entonces nació ‘La Patrulla X’, el primer grupo de héroes que no debía sus poderes a una compleja historia repleta de kriptonitas, meteoritos o arañas radioactivas. Eran humanos, personas normales, como usted y como yo, que nacieron con una habilidad especial fruto de la evolución. El cómic nos presentaba dos facetas: la maquiavélica vena de Magneto, que ansiaba la postración de los no mutantes como “seres inferiores”, y la bondadosa del profesor Xavier, que soñaba con la integración absoluta entre mutantes y no mutantes. La más pura igualdad.

Marvel publicó los X-Men como una herramienta para transmitir entre los adolescentes una idea ambiciosa y necesaria: lo distinto no es necesariamente malo. Poco a poco, Cíclope, Lobezno, Tormenta, Bestia, Pícara, Gambito, Ángel y tantos otros se convirtieron en héroes y no en monstruos. Héroes con los que merecía la pena identificarse, con ideales en los que merecía la pena creer.

Matthew Vaughn dirige ‘X-Men: primera generación’, cinta que se estrena hoy bajo la unanimidad de la crítica (“la mejor película basada en un cómic detrás del Batman de Nolan”) y que se enmarca en aquella época confusa en la que Stan Lee y Jack Kirby los concibieron.